LOS ATENTADOS DEL 11S Y SUS REPERCUSIONES ECONÓMICAS

Natalia Fernández Márquez.

Hace más de dos décadas tuvo lugar uno de los eventos más impactantes de la historia contemporánea: los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. Más allá de las pérdidas humanas y el impacto psicológico, estos ataques terroristas tuvieron un profundo efecto en la economía global, dejando una huella en los mercados financieros, el comercio internacional y la geopolítica.

En primer lugar, podemos hablar de las pérdidas inmediatas. El 11 de septiembre, las Torres Gemelas de Nueva York fueron destruidas en un ataque coordinado que también afectó al Pentágono y a un campo en Pensilvania. Este atentado tuvo consecuencias inmediatas en los mercados financieros: las bolsas de valores de todo el mundo sufrieron pérdidas significativas. Concretamente, las aerolíneas, las compañías de seguros y los sectores vinculados a la seguridad experimentaron una rápida caída en sus valores. El desplome de los valores bursátiles obligó a las autoridades a suspender las cotizaciones hasta el 17 de septiembre (el cierre más largo desde la Gran Depresión).  No obstante, los mercados de valores estadounidenses se recuperaron rápidamente, pues en noviembre volvieron a niveles previos a los atentados.

La economía de Estados Unidos, epicentro de los ataques, se vio directamente afectada. Hubo una disminución en la confianza de los consumidores y empresas, lo que llevó a un estancamiento económico temporal. El gasto de los consumidores disminuyó y las inversiones se redujeron. Además, el turismo y la industria de viajes sufrieron un golpe severo debido a las preocupaciones por la seguridad. Las regiones estadounidenses más afectadas fueron Nueva York y Arlington, los epicentros de los ataques.

Además, se produjeron tensiones geopolíticas entre distintos países, lo que llevó a una mayor incertidumbre en los mercados financieros. Las acciones militares estadounidenses en Afganistán e Irak generaron preocupaciones sobre la estabilidad en las relaciones internacionales y los precios del petróleo, afectando aún más la economía global.

Si nos centramos en las consecuencias a largo plazo, podemos afirmar que el 11 de septiembre de 2001 marcó un antes y un después en la economía mundial, ya que provocó cambios significativos en las políticas de seguridad, aumentando los costos para empresas y gobiernos en términos de medidas preventivas y de protección. La globalización económica también experimentó transformaciones al intensificarse los controles fronterizos y la regulación financiera para prevenir el financiamiento del terrorismo.

La industria de la aviación, por su parte, llevó a cabo regulaciones más estrictas, lo que aumentó los costes de las empresas. De la misma manera, la seguridad en edificios públicos se convirtió en una prioridad, lo que implicó inversiones importantes en tecnologías de seguridad.

Por lo tanto, también hubo sectores ganadores después de los atentados. A nivel mundial, la industria armamentística y los fabricantes de equipos de seguridad fueron los más beneficiados. Los gobiernos y empresas invirtieron en reforzar sus sistemas de seguridad y en el desarrollo de un armamento cada vez más sofisticado. Estados Unidos ha gastado, aproximadamente, 8 billones de dólares hasta la fecha en su lucha contra el terrorismo.

En conclusión, los atentados del 11S dejaron una marca imborrable en la historia, no solo por las vidas perdidas y el daño psicológico, sino también por sus efectos económicos duraderos. Los mercados financieros se vieron afectados de manera inmediata, mientras que las transformaciones a largo plazo en políticas de seguridad y costos operativos han influido en la economía global hasta el día de hoy. Estos eventos siguen siendo un recordatorio importante de la interconexión entre la geopolítica, la seguridad y la economía en nuestro mundo.

Por último, centrándonos en Estados Unidos, observamos que la Reserva Federal trató de reflotar la economía con una política monetaria agresiva, basada en una intensa inyección de liquidez mediante la compra de deuda a agentes privados y en la concesión de préstamos directos a la banca. La decisión más debatida de la Reserva Federal y el resto de bancos centrales fue la bajada brusca de los tipos de interés, que además se mantuvieron por debajo del 2 % después de la recuperación de la economía.


Estos tipos de interés bajos facilitaron el endeudamiento de las familias y empresas, que se dedicaron a la adquisición masiva de viviendas y la inversión en bolsa. Además, los bancos y agencias inmobiliarias multiplicaron la concesión de hipotecas, incluso a personas sin estabilidad financiera (las conocidas hipotecas “subprime”). La escasa regulación financiera permitió su conversión en activos financieros que se vendieron por todo el mundo.

Por lo tanto, en cierto modo, la política monetaria estadounidense posterior al 11-S, la falta de regulación financiera y el comportamiento irresponsable de la banca y de muchos prestatarios, pudieron ser el origen de la gran recesión que llegaría 7 años después (2008).




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